La pulpería

Simplemente la pulpería de la esquina cerró hace años. Ahora abro yo una pulpería pequeña acá en un espacio de la web. Más ésta no es como la del pueblo, donde hay de todo, simplemente hay lo que pude conseguir.

martes, 16 de agosto de 2011

Los perseguidores

I
En algún tiempo anterior, muy anterior, fue su familia. Lo supo porque lo vió en su inconciente, mientras le buscaba explicaciones a su incapacidad (la de él) de dejar ir esa historia, pero sabían que eso no era posible, que este no era su tiempo. Que se volverían a ver, cuando fueran gatos.

II
Lo conocía de antes, de antes de esta vida. Estaba segura, porque estaban en la misma frecuencia de alguna manera inexplicable. Él al norte, ella al sur. En algún momento sus almas se encontraron y como manda el karma o el dharma se reconocieron sin saberlo, sin explicárselo, pero el resto de ellos mismos reconoció el hilo transparente que une sus dos historias aparentemente inconexas. Y ninguno de los dos quizo dejarlo ir.

III

A este lo vio perdido como ella, abandonado como ella. Y son dos gatos que se lamen las heridas, solos sobre el tejado. No hay hilos del pasado, esta vida es suficiente para ellos dos.


¿Por qué naciste allí? ¿Y vos, porque naciste allá?

martes, 2 de agosto de 2011

Regreso sensorial a India


El Ganges al amanecer, decenas de botecitos se mecen en sus aguas dejando las primeras ofrendas del día.

Hoy regresé a la India por medio del sentido del gusto. Han pasado casi seis meses y no fue hasta hoy que me atreví a abrir una cajita de masala chai que me compré en una esquinita del Main Bazar.

El viaje fue tan abrumador para mí que me tomó todo este tiempo querer volver a sentir a la India. La pobreza, el analfabetismo, la suciedad es como una bofetada en plena cara. Sin embargo, no es posible irse con sólo eso, sería muy mezquino e injusto. La India es un país de historias sublimes.

El chai me trajó a la memoria el tren, ese enorme gusano de lata que recorre ese país enorme. Yo me quedaba ida mirando las extensas plantaciones, el amanecer, los niños redondeando con sus manos la boñiga de las vacas, las mujeres con sus saris multicolores.

Me tomé tantos chais en la India, algunos regalados, muchos comprados, y es que cualquiera en India te regala un chai, desde el anciano más venerable, hasta el adolescente más granuja. Yo también invité a chais. Y es que en ese poco de té con leche y especias se encierra muchísimo de la India, de su generosidad, de su sabor dulce y picante a la vez, de la necesidad de calentarse por dentro, de compartir...
Hoy volví a la India y recordé el chai frente al Ganges, el de la estación del tren, del que me tomé frente al Taj, el que compartí con Kumar, con el abuelito del Maruhad Express train, etc.

Cuando volví no estaba segura de querer volver al subcontinente asiático, hoy la lengua me traiciona.