La pulpería

Simplemente la pulpería de la esquina cerró hace años. Ahora abro yo una pulpería pequeña acá en un espacio de la web. Más ésta no es como la del pueblo, donde hay de todo, simplemente hay lo que pude conseguir.

lunes, 9 de julio de 2007

La tolerancia en París

No me pude conseguir mejores acompañantes para visitar París. Los tres latinoamericanos recorríamos la Ciudad de la Luz con mapa en mano y uno de nosotros hablaba francés, el mundo estaba resuelto, arreglado, pero París siempre tiene sorpresas.

El prólogo fue macabro, cuando nos dirigíamos a ver las maravillas de esa hermosa ciudad nos sorprendió el rostro doloroso de París, un suicida se lanzó a las líneas del metro. Los tres parecíamos huérfanos caminando en un mar de gente que salía por todas partes, esperando buses, buscando taxis de manera frenética. A nosotros no se nos ocurrió mejor idea que apelar a la solidaridad humana. Detuvimos a una conductora solitaria que al ver nuestras caras de extraviados se compadeció. Después recorrimos todo, los jardines de Luxemburgo, el Panteón, el Louvre, aplacabamos el hambre con crepas, en fin hicimos todo eso que ponen en los afiches turísticos y en las guías de viajes.

Era Noche Blanca en París y nosotros embriagados de la ciudad a las tres de la mañana decidimos volver a casa, después de meternos en un bar cubano a llenarnos el cuerpo de calor caribeño.

Los autobuses eran gratuitos y el mar de gente que se lanzaba sobre ellos era intimidante. El trayecto de regreso nos implicaba dos buses y un taxi, o con suerte un tren. Tomamos el primer autobús y después anduvimos persiguiendo al segundo. Cuando lo encontramos ya la ciudad olía a humo, a discriminación, a excremento. La gente preguntaba desorientada a dónde iba, unos subían, otras bajaban. Nadie tenía certeza para donde iba aquel bus 63. Finalmente parecía que ese era el nuestro. Nos subimos junto al mar de gente, tratando de permanecer unidos sin lograrlo. Alguien de repente se puso a llorar y pedía que por favor le abrieran la puerta, una pandilla de chicos jóvenes (migrantes) se apoderó de la entrada y golpeaban el bus y gritaban. Minutos después llegó la policía y yo extrañada miraba como se quedaban en la acera mirándonos como si fuéramos fantasmas y no hicieron nada. El bus partió y ya el miedo se nos iba metiendo en los huesos. Conforme avanzabamos las personas iban descendiendo hasta que quedamos solamente la pandilla y nosotros, mirándonos con cara de terror y buscando palabras, explicaciones, ni siquiera eramos capaces de hablar. Mientras tanto los chicos fumaban dentro del bus, cerraban las ventanas. Uno se sentó junto a mí y empezó a hablarme, quizás si se quedaba sin respuesta iba a reaccionar violentamente, así que en el español más castizo que encontré le confesé que no hablaba francés, inmediatamente me dejó sola. El momento de bajarnos llegó y la pandilla bajó con nosotros.
Las pesadillas más terribles pasaron ante nuestros ojos, violación, asalto, homicidios...Tres latinoamericanos amanecen muertos en la estación del bus 63... No sabemos si fue por nuestro aire de extranjeros, tan similar al de ellos, o por los cuatro cigarillos que a Carlitos se le ocurrió sacar en el último momento y regalárselos, por lo que no nos hicieron nada y pudimos llegar sanos y salvos a la casa. En ese instante nos dimos cuenta de que tan díficil es ser tolerantes y no discriminar, porque las razones de fondo del problema: la exclusión social y la pobreza no te vienen a la mente cuando estás pensando en huir.