La pulpería

Simplemente la pulpería de la esquina cerró hace años. Ahora abro yo una pulpería pequeña acá en un espacio de la web. Más ésta no es como la del pueblo, donde hay de todo, simplemente hay lo que pude conseguir.

domingo, 10 de abril de 2011

María

María era una señora grande, con unas manos enormes y era una excelente cocinera. Cuando llegué a su casa con mis seis años a cuestas, mi eterna delgadez y los colochos rebeldes ella se prometió a sí misma y a mi madre que me iba a engordar. Nunca lo logró. No fue sino hasta los doce años cuando se me dejaron de ver los huesos.

Sin embargo, ella me dio algo más que comida. Me adoptó como una más en su familia. Yo era una nieta más a la que había que darle una pata de pollo como a todos los demás chiquillos de la casa. Yo me quedaba viéndola cuando todas las mañanas hacía las tortillas. No crean, nunca aprendí a hacerlas. María tomaba la masa cruda y la empapaba con frijoles calientes y me la daba. Me mandaba al gallinero a buscarle huevos y a atraparle a la desafortunada gallina que debía ser cocinada ese día.

Pasé días sumamente felices en su casa. Jugaba en la piscina de los patos, perseguía gallinas, veía a los pollitos nacer y buscaba tesoros en el basurero de la casa. Me podía quedar horas viendo a Mero, su esposo, hacer escobas. Me iba a jugar en su jardín, en el corredor, en el lugar donde guardaba la madera que ella usaba para cocinar. Jugaba con mis otros cómplices, Rigo y María, sus nietos a las bolinchas, a los cantantes, a lo que se nos ocurriera. Los sábados se hacían chicarrones para que Mario, su hijo los vendiera en la carnicería. Ella siempre le pedía a Rodo, su otro hijo, que me diera los mejores chicharrones de carne y yo me atiborraba de carne hasta quedar hastiada.

Hoy fui a despedirme de María y se me vinieron esta avalancha de recuerdos hermosos y no pude evitar llorar. Cuando cumplí quince años ella lo recordó y me regaló un álbum de fotografías. Nunca le dije que ella me había regalado un montón de buenos recuerdos de mi infancia.

No todo fue miel sobre hojuelas. Un día, María me pegó, pero de todos los manazos de mi infancia, sé que ese lo merecí, y fue el único que recibí en los más de dos años que ella me cuidó. Y si dolió, pero lo que más aprecié de ella es que siempre me trató con justicia.

Hoy se me fue una abuela al cielo. Aunque la vi pocas veces en estos últimos años, ese niña flaca de siete años la va a extrañar siempre.

Hasta siempre María.

*María no fue mi verdadera abuela, fue una abuela adoptada.